viernes, 28 de agosto de 2009

Propiedades de los textos



Estuvimos trabajando en clase sobre las propiedades de los textos, es decir, aquellas cualidades que le son propias e irrenunciables y señalamos que ellas son LA COHESIÓN Y LA COHERENCIA.

La coherencia se relaciona con el sentido del texto; implica una propiedad semántica que se realiza completamente cuando ese texto es percibido como coherente. Dicho con palabras de Jorge Lozano, la coherencia pertenece a la esfera de la interpretación y de la competencia textual. “De hecho, en los actores sociales, en los interlocutores de una conversación, o en el lector de un texto, se da una competencia textual que les hace capaces de recibir como coherente un texto que pudiera no serlo”. (Lozano, 1997)
La cohesión, garantiza que el sentido del texto aparezca en oraciones conectadas y relacionadas que se hacen visibles en la linealidad mediante un conjunto de índices, como los pronombres, los anafóricos y catafóricos, los marcadores de tiempo y modo, el orden de las palabras.
Coherencia y cohesión comparten el hecho de ser solidariamente responsables de la construcción del sentido de un texto. “El texto no es coherente porque las frases que lo componen guardan entre sí determinadas relaciones, sino que estas relaciones existen precisamente debido a la coherencia del texto”. (Bernárdez, 1982)

TALLER DE ESCRITURA

a) Leemos Continuidad de los parques. (El hipervínculo te lleva derechito...)
b) Imaginá otro final para el cuento y escribilo. No más de diez líneas.
b) Subilo a la plataforma.

8 comentarios:

  1. “Empezaba a anochecer (…)” La luna, junto con la estrellas, iluminaban el monte. Los dos se encontraban en el medio. Perdidos, sin saber que hacer. El tiempo se había detenido, las miradas se separaron con el viento. Caminos diferentes, objetivos distintos. Las palabras retumbaban es su cabeza, era uno o el otro. A medida que iba pensando, las hojas, los árboles y la brisa tenue, pasaban de largo. La entrada le resultó familiar. No le importó. No había mayordomo, no había perros ladrando, no había culpa. La felicidad estaba a menos de 2 pasos. Abrió la puerta. El sillón de terciopelo verde brillaba por la luz de un farol, lo rodeó. Ahí estaba. Levantó el puñal y a los pocos segundos lo tiró al piso. ¿Se arrepintió? Sorprendido, se largó a llorar. Era Él, el mismo. Como si se estuviera viendo en un espejo. Sentado leyendo una novela acerca de una mujer, una cabaña y su amante. Entonces, se dio cuenta que, siendo uno o el otro, tenía que morir.

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  3. Sin mirarse ya, atados rígidamente a la tarea que los esperaba, se separaron en la puerta de la cabaña. Ella debía seguir por la senda que iba al norte. Desde la senda opuesta él se volvió un instante para verla correr con el pelo suelto. Corrió a su vez, parapetándose en los árboles y los setos, hasta distinguir en la bruma malva del crepúsculo la alameda que llevaba hasta su casa. Los perros no debían ladrar, y no ladraron. El mayordomo no estaría a esa hora, y no estaba. Subió los tres peldaños del porche y entró. De pronto, un sonido le llamó la atención y se detuvo frente a la escalera en la galería de la entrada. Era un sonido de pasos, que comenzó a hacerse cada vez más fuerte. Su mente se puso en alerta e instintivamente comenzó a correr hacia la puerta. A un metro de la entrada, agudizó el oído para intentar descubrir algo más acerca de ese sonido que lo perturbaba, pero todo se quedó en silencio. Nada, ni ruidos, ni pasos, ni indicios de alguien que lo persiguiera. Justo cuando estaba acercando su mano al picaporte para abrir la puerta, alguien la golpeó frenéticamente desde afuera e hizo que se sobresaltara. Su corazón seguía latiendo con fuerza, pero se decidió a girar la perilla. Ahí estaba ella, con el pelo suelto y alborotado, y una mirada de súplica que inundaba todo su rostro. Él mantenía contra su pecho el puñal, todavía indeciso sobre el final de la historia.
    Ya era de noche, y el velador antiguo que reposaba cerca del sillón de terciopelo verde se apagó sin motivo aparente, dejando a oscuras la habitación. Dejó caer la novela sobre un almohadón, se levantó y a unos pocos pasos encendió otra luz. Volvió a la comodidad de su asiento, con un cigarrillo a medio terminar, y buscó la última página del libro, intrigado por el final del relato.

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  4. ANTONELLA CACERES

    Final del cuento “Continuidad de los parques” de Julio Cortazar


    Un silencio casi insoportable habitaba en aquella gran casona. Solo la profunda respiración y los latidos de un cansado corazón como únicos testigos de lo que esas líneas cautivadoras le provocaban. De repente, una lagrima rozo su mejilla. El recuerdo de un viejo amor queriéndose insertar en sus pensamientos asomaba a su mente.
    El hombre que estaba sentado en el sillón de terciopelo verde miro hacia la ventana dejándose contemplar por la belleza del parque de los robles. Ya era de noche y el cielo estaba cubierto de nubes cuando la luz de los relámpagos, el estallido de los truenos y la lluvia se apoderaron del lugar. De pronto, el sonido de un inesperado timbre se hizo sentir en la morada. El hombre bajo las escaleras, abrió la puerta y se encontró ante la presencia de una mujer que le pareció conocida. Ella lo abrazo fuertemente y todo termino en un beso.

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  6. Queridos chicos,los trabajos son muy buenos.
    En el grupo de la carrera les adjunté las devoluciones en Word.
    Un abrazo

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  7. Enrique Cruz Pedernera28 de septiembre de 2011, 12:16

    Enrique Cruz Pedernera

    Mi final de "Continuidad de los parques" del señor Julio Cortazar.

    Sin mirar, se separaron en la puerta de la cabaña. Ella debía seguir por la senda que iba al norte. Desde otra senda él se volvió un instante para verla correr con el pelo suelto, brillante y largo. Corrió a la misma vez, chocándose con los árboles, los setos, bancos, etc. Los perros no debían ladrar, y no ladraron. El mayordomo no estará a esa hora. Subió los tres peldaños del porche y entró. Desde la sangre que corría por sus venas, le llegaban las palabras la chica: primero una sala azul, luego una galería, una escalera alfombrada, dos puertas. No se encontraba nadie en esa habitación y tampoco en la siguiente. Entra a un salón y entonces encuentra “el puñal en su mano”. El resplandor que entraba por la ventana, en un sillón dorado, antiguo y costoso, encontraron la cabeza del hombre leyendo una novela.

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  8. Sin mirarse ya, atados rígidamente a la tarea que los esperaba, se separaron en la puerta de la cabaña. Ella debía seguir por la senda que iba al norte, pero no lo hizo. Desde la senda opuesta él se volvió un instante para verla correr con el pelo suelto pero ya no la veía. Corrió, parapetándose en los árboles y los setos, hasta distinguir en la bruma malva del crepúsculo la alameda que llevaba a la casa.
    Los perros no debían ladrar, y no ladraron. El mayordomo no estaría a esa hora, pero al acercarse a la puerta de entrada alguien abrió la puerta. Inmediatamente tuvo que cambiar su plan y, entonces, se hizo pasar por un familiar lejano de la mujer, a quien habría encontrado después de una larga búsqueda.
    Cuando la mujer se encontró con su amante dentro de la casa se vio desconcertada, hasta que él se le acercó y la abrazó diciéndole “Querida prima, no sabes cuánto te busqué y por fin pude encontrarte”, susurrándole al oído que le siguiera la corriente. Su esposo bajó las escaleras, y sin poder entender qué era lo que ocurría en la sala preguntó con gran enfado: “¿Quién es este hombre? ¿Por qué te abraza de esa manera?”. La mujer, incómoda, no podía responder y su amante intervino en la conversación: “Soy su primo, hacía años que no sabía de ella y ahora que volvimos a vernos no nos separaremos jamás”. Llegada la noche, el hombre ya se sentía fastidiado por la presencia del “primo” de su esposa, ellos habían pasado la tarde juntos, y su presencia no parecía importar a nadie, se sentaron en la mesa para la cena y cuando terminaron, cada uno se dirigió a su respectiva habitación. En el correr de la madrugada, el hombre despertó y notó que su mujer no estaba durmiendo con él y decidió ir a buscarla. Abrió cada una de las puertas que encontraba a su paso. En la última puerta del pasillo, donde se alojaba el nuevo familiar de su amada, los encontró a ambos durmiendo en la misma cama. El hombre cerró sigilosamente la puerta y retornó a su habitación, pero esta vez tomó de su cajón un puñal, volvió a la habitación donde se encontraban los infieles. Cubrió sus cuerpos con una frazada y llevó a cabo su venganza.

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