martes, 10 de abril de 2012

Cautivados 1 - Adriana

Aquel día amaneció diferente. Mi rutina de caza fue interrumpida por esos rostros de tez blanca que, entre emocionados y demandantes, pretendían llevarme a un supuesto pasado compartido que yo no recordaba en absoluto. Tan distante me sentía de ellos que, de no haber sido por el soldado que ofició de traductor, ni siquiera habríamos podido comunicarnos. Sin embargo, no se aún si por curiosidad o por complacerlos, accedí a seguirlos…

No puedo recordar qué pensamientos me asaltaron durante el trayecto, pero tengo estrictamente  guardado en mi memoria el impacto que me produjo llegar a la puerta de “su” morada: un espacio abismalmente  diferente a lo que yo había entendido por “hogar” hasta ese día. Fue allí, en ese preciso y eterno instante, parado ante aquella entrada hacia un mundo ajeno a mí, donde una vorágine de imágenes, olores y sonidos me invadió violentamente. Tanto fue así que necesité gritar… ¡Y grité tan fuerte que creo que mi alarido llegó hasta aquel desierto mío! Entonces, como conociendo de memoria cada centímetro de la casa, atravesé corriendo el zaguán, los dos largos patios y alcancé la cocina. Supe entonces que ese pasado del que el hombre y la mujer de tez blanca habían hablado, definitivamente, me involucraba.  Y comencé, por primera vez, a entender sus lágrimas. La ennegrecida campana parecía haber desafiado el paso del tiempo y allí se erguía, intacta e imponente, como en aquellos años en los que servía de escondite para mi más preciado tesoro. Hundí la mano en ella, con una rara mezcla de temor y certeza.  ¡Ahí estaba! Mi viejo cuchillito de mango de asta, compañero inseparable de mis travesías por los patios. Un tanto más oxidado pero igual de estoico, se convertía ahora en la prueba más contundente de que yo era ese a quien buscaban. Eso explicaba el porqué de mi tez, tan blanca como la de ellos, único rasgo que me había diferenciado siempre de los que, hasta aquel momento, había conocido como pares.

A aquel día le sucedieron otros,  menos raros pero igual de intensos. Días de reencuentros, de cobijas cálidas y amor resumido en comidas caseras, de palabras nuevas y emociones recuperadas. Lo intenté.  ¡Juro que lo intenté! Pero la sensación de ahogo se tornó progresivamente insoportable. Y necesité gritar,  una vez más, necesité gritar…

Anoche, durante la madrugada, regresé a mi desierto, Al desierto que aún me pertenecía, el que nunca dejaría de ser mío a pesar de mi color. Creo que ellos lo entendieron. Su silencio cómplice ante mi huida y sus lágrimas, esta vez disimuladas, dan cuenta de que sí. De eso se debe tratar el verdadero amor después de todo, el amor más genuino. Ese que me dejó ir, aún cuando mi ausencia provocaba un desgarro más doloroso  que el de todos los años de búsqueda. Porque sabían que, esta vez  era yo el que elegía tal ausencia. 
Creo que ese amor es el que los llevó a comprender que mi tez había dejado de ser blanca para siempre.

3 comentarios:

  1. Las raíces de la vida de este ser estaban en esa casa con su carga de recuerdos , olores y colores,pero la esencia de la libertad estaba en el afuera,en la naturaleza y en lo agreste del paisaje y la rudeza de esa vida...sabios y llenos de amor los padres que supieron entender este sentir y esta elección que significaría una ausencia definitiva...y sabia la elección de quien supo gritar su necesidad...aunque implicase dos ausencias para el...es muy bueno el texto pues los sentimientos de todos se perciben fielmente tanto como las imágenes en la imaginación,es lo que me transmite a mi esta lectura.

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  2. Excelente versión, una interesante perspectiva y un gran remate. ¿Qué más se puede agregar? Muy bueno.

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  3. la verdad me encantooo adriii, me re emocioono.. estoy muy feliz de tenerte como compañera de cursoo, y sos muy buena escribiendo..

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