Un 19 de abril
del año 1889, en la localidad de Junín, fui atacado por un grupo de indios quienes maltratándome y golpeándome me tuvieron cautivo por mucho tiempo en una
penumbra solitaria
Esos días fueron un calvario. Lloraba y me preguntaba porqué tenía
que pasar eso.
Sin embargo, con
el tiempo un indio tuvo piedad de mí. Recuerdo que era un día de mucho frío, yo
estaba muy flaco, muy hambriento y no entendía
la situación.
Me ayudó a
escapar de ese lugar tan hostil. Cuando
logré salir de ahí corrí mucho, con todas mis fuerzas, hasta donde pude llegar.
En la carrera me caía y me levantaba, pero seguí.
No descansé ni un
solo minuto.
Mi cara sucia,
mis rodillas sangrientas mis manos quebradas
del frio, los pies cansados me hicieron detener. Entonces se me cruzó un
hombre que vestía uniforme. Era un soldado.
Sinceramente tuve
miedo y quise escapar. Por ello el soldado solo pudo ver mis ojos celestes… sólo
eso, no le di tiempo a que me observe, no me dejé atrapar. Corrí más
fuerte por miedo de volver a pasar lo que todavía no finalizaba para mí.
Pasaron días, semanas, años y yo logré
sobrevivir a tanto tormento.
El desierto, a pesar de todo, fue mi casa, mi
lugar, donde me quedé porque mis pies
estaban cansados y muy lastimados.
Fue allí donde pasé mucho tiempo aislado
de todo y fue allí donde yo quise vivir.
Por otro
lado, mis padres habían estado buscándome.
Aquel soldado que aquella vez crucé en mi camino avisó a mis padres y por mis características físicas creyeron
reconocerme.
Mis padres
fueron por mí y al fin su angustia había terminado.
Ellos
me hablaron pero yo no sabía oír las palabras de mi lengua
natal, yo me había desacostumbrado. Me deje conducir, aunque me sentí
raro, seguí caminando junto con ellos
hasta la casa donde yo vivía.
Cuando llegamos nada de lo
vi me resultó familiar pero al mirar
la puerta bajé la mirada y grité porque sentí una sensación de desesperación. Entonces
corrí y atravesé el zaguán y los
dos patios que conducían a la cocina,
tratando de escapar de la situación.
Busqué algo que me trajera tranquilidad y hundí el brazo en una ennegrecida campana
que estaba ubicada en la cocina; saqué un cuchillito que había escondido cuando era chiquito. En ese momento pude sentarme
y observar con tranquilidad todas las cosas nuevas que me rodeaban y sentí
una alegría que en mis ojos se podía notar.
Mis padres
estaban contentos de haberme encontrado. Pero no duró mucho tiempo esta felicidad porque yo no me sentía cómodo, no me sentía
feliz entre cuatro paredes por eso un día
no aguanté más y tomé una decisión, una verdaderamente diferente que
cambió mi parecer y mi vivir, fui a buscar el desierto que tanto anhelé y que
tan bien me hizo sentir, mi hábitat
aislado y silencioso al que yo estaba acostumbrado. Mi verdadero lugar.
La confusión ante el pasado y el presente
me dio la sensación de
desesperación donde nada de lo
que había era lo que quería y necesitaba.
Mi desesperación,
entendí finalmente, era la imposibilidad de poder encontrar
mi verdadero YO.
Muchas veces se nos hace difícil encontrar nuestro YO, será que no lo dejamos aflorar en esta vida tan apresurada que llevamos? nos sentamos a buscar "el cuchillito" de nuestra niñez? Muy bueno Carolina!!! te felicito. Adelante y espero leer al resto de tus compañeros, seguro que tienen mucho para decir.
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