lunes, 23 de abril de 2012

Cautivados 4 - Carolina


Un 19 de abril del año 1889, en la localidad de Junín, fui atacado por un grupo de indios quienes maltratándome y golpeándome me tuvieron cautivo por mucho tiempo en una penumbra solitaria
 Esos días fueron  un calvario. Lloraba y me preguntaba porqué tenía que pasar eso.
Sin embargo, con el tiempo un indio tuvo piedad de mí. Recuerdo que era un día de mucho frío, yo estaba muy flaco, muy hambriento y no entendía  la situación.
Me ayudó a escapar  de ese lugar tan hostil. Cuando logré salir de ahí corrí mucho, con todas mis fuerzas, hasta donde pude llegar. En la carrera me caía y me levantaba, pero seguí.
No descansé ni un solo minuto.
Mi cara sucia, mis rodillas sangrientas mis manos quebradas  del frio, los pies cansados me hicieron detener. Entonces se me cruzó un hombre que vestía uniforme. Era un  soldado.
Sinceramente tuve miedo y quise escapar. Por ello el soldado solo pudo ver mis ojos celestes… sólo eso,  no le di tiempo a  que me observe, no me dejé atrapar. Corrí más fuerte por miedo de volver a pasar lo que todavía no finalizaba para mí.
 Pasaron días, semanas, años y yo logré sobrevivir a tanto tormento.
 El desierto, a pesar de todo, fue mi casa, mi lugar, donde me quedé porque mis pies  estaban cansados  y muy lastimados. Fue allí donde  pasé mucho tiempo aislado de todo y fue allí donde yo quise vivir.
Por otro lado,  mis padres habían estado buscándome. Aquel soldado que aquella vez crucé en mi camino  avisó a mis padres  y por mis características físicas  creyeron  reconocerme.
 Mis padres  fueron por mí y al fin su angustia había terminado.
 Ellos  me hablaron pero yo no sabía oír las palabras  de mi lengua  natal, yo me había desacostumbrado. Me deje conducir, aunque me sentí raro,  seguí caminando junto con ellos hasta la casa donde yo vivía.
 Cuando llegamos  nada de lo  vi me resultó familiar pero al mirar  la puerta  bajé la mirada  y grité porque  sentí una sensación de  desesperación.  Entonces  corrí y atravesé  el zaguán y los dos patios  que conducían a la cocina, tratando  de escapar de la situación.
 Busqué  algo que me trajera tranquilidad y hundí  el brazo en una ennegrecida  campana  que estaba ubicada en la cocina; saqué un cuchillito  que había escondido  cuando era chiquito.  En ese momento  pude sentarme  y observar  con tranquilidad   todas las cosas nuevas  que me rodeaban  y sentí  una alegría  que en mis ojos  se podía notar.
 Mis padres  estaban contentos de haberme encontrado. Pero no duró mucho tiempo  esta felicidad porque  yo no me sentía cómodo, no me sentía feliz  entre cuatro paredes por eso  un día  no aguanté más y tomé una decisión, una verdaderamente diferente que cambió mi parecer y mi vivir, fui a buscar el desierto que tanto anhelé y que tan bien me hizo sentir, mi hábitat  aislado y silencioso al que yo estaba acostumbrado. Mi verdadero lugar.
 La confusión ante el pasado  y el presente  me dio la sensación de  desesperación  donde nada de lo que  había era lo que quería  y necesitaba.
Mi desesperación, entendí finalmente, era la imposibilidad de poder encontrar mi verdadero YO.



1 comentario:

  1. Muchas veces se nos hace difícil encontrar nuestro YO, será que no lo dejamos aflorar en esta vida tan apresurada que llevamos? nos sentamos a buscar "el cuchillito" de nuestra niñez? Muy bueno Carolina!!! te felicito. Adelante y espero leer al resto de tus compañeros, seguro que tienen mucho para decir.

    ResponderEliminar