Siempre
me gustó ser un indio. Me cautivaba la idea de sobrevivir a la intemperie,
cazando lo que luego sería la comida y construyendo chozas para no pasar frío a
la noche.
Sí,
esa era la palabra correcta que me definía: un cautivo. Cautivo de la vida de libertad
que imaginaba. No pensaba en otra cosa que en ser un indio y vivir como tal. Me
aburría permanecer encerrado entre cuatro paredes. Por eso siempre jugaba en el
parque con mi cuchillo, imitando ser un aborigen.
Un
día, como tantos otros, salí a caminar, aprovechando el cálido sol que asomaba
a la mañana. Me fui lejos, pasando el bosque. Permanecí sentado por un tiempo.
De repente, el suelo comenzó a temblar; se oían gritos. Se acercaba un malón.
Instantáneamente se dibujó una sonrisa en mi rostro. No recordaba haber estado
anteriormente tan exaltado como en ese momento. Dudé, pero el deseo fue más
fuerte y corrí hacia allí. Mi sueño se hacía realidad.
Durante
años me sentí como en el paraíso. Los indios fueron amables conmigo y me hacían
sentir uno más en el grupo. Atravesé muchas aventuras: viví en el desierto y tuve
que rebuscármelas para enfrentar los inviernos de la mejor manera posible,
abrigándome con los cueros de los animales que cazaba durante el día, encendiendo
fuego con las ramas y piedras que recolectaban las mujeres. Igualmente, así era
como me gustaba vivir.
Quizás
fui un poco egoísta por no pensar en mis padres, al escaparme de un día para el
otro. Pero, al fin y al cabo, yo era quien manejaba mi vida y esto realmente me
hacía feliz.
Llegó
la primavera. Una noche estábamos todos reunidos bailando en una de nuestras
ceremonias. Cuando, sin percibirlo, se acercaron unos soldados y me llevaron a
la fuerza. Tal vez, al ser distinto físicamente pensaron que mis compañeros me
habían raptado, sin saber que yo decidí estar con ellos. Yo ya no hablaba su
misma lengua.
Me
devolvieron con mis progenitores, quienes se emocionaron al verme. Yo no lo
sentí así. En realidad, estaba muy angustiado. Quería volver con mi gente. Sólo
extrañaba el cuchillo con el que solía jugar cuando era chico. Recordé donde lo
había escondido y corrí a buscarlo. Pasé varios días con mi cuchillo, sin
emitir palabra alguna. Me quedé callado todo el tiempo. Volver a sentir ese
vacío que me generaba estar encerrado en una casa, me ponía de mal humor… Es
por eso que, una noche templada, grité y huí hacia el bosque a reencontrarme
con los míos, con aquellos que realmente me
hacían sentir vivo.
Preferí
vivir así, rústicamente: deambulando por el desierto, cazando, bañándome en los
ríos. De esa manera me sentí entero; cautivo, por fin, de mi propia vida.
Que buen texto!!! felicitaciones, que significado tiene el cuchillo, es impresionante la carga simbólica!!! adelante!!!
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