lunes, 30 de mayo de 2011

Otros vuelos - Florencia


El jefe del gallinero
  
     Les voy a contar la historia de cómo fue que me convertí en el jefe del gallinero.
               Nuestro granjero, un hombre terco y orgulloso, un día trajo un ave rara, muy distinta a todos nosotros, a quién crió y alimentó al igual que a todos los habitantes de la granja. Con el pasar del tiempo, a pesar de tener pico, plumas y alas como todas las gallinas, las diferencias se veían tanto en el pico, en las plumas y en las alas, como en el resto de su cuerpo; fue así como  descubrí que no era ni una gallina, ni un gallo, ni alguna especie rara de ganso; si no que era un águila.
                Al haber descubierto esto, pensé que cuando lo contase, las gallinas lo dejarían apartado y al fin podría ser yo el jefe del gallinero; pero eso no importó, parecía que las gallinas estaban hipnotizadas por él, no hacían caso a mis advertencias. Quien gobernaba, a quien seguían y hacían caso era a esa ave, que sin ni siquiera intentarlo, era el dueño de mi territorio.
                Un día, el granjero vino acompañado por un hombre más viejo que él, a quien ponía mucha atención. Los dos hombres se acercaron a nosotros y el más viejo de los dos señalaba y decía algunas cosas respecto del águila.
                En un momento, este hombre de cabellos blancos y vestimenta singular se acerca a mi rival y le ordena que vaya con él. ¡Otra vez se había robado el protagonismo!
                El hombre alzó al águila, le hacía gestos extraños y le decía cosas que no conseguía escuchar debido a la distancia que había entre nosotros. Después de unos instantes, vi una pequeña desilusión y a la vez perseverancia en la expresión del anciano, muy distinta al rostro del granjero, que por lo que pude entender, le habría ganado un desafío al viejo, quien se marchó al final del día.
                Al amanecer siguiente los hechos se habían repetido tal cual el día anterior; pero a la tercera salida del sol, el hombre canoso tomó al águila, se la llevó a un lugar lejano junto con el granjero y cuando nuestro dueño volvió a la granja, no sólo se veían frustración en su rostro, sino que el ave que tantos disgustos me generaba no volvió con él y nunca volvió a verse por esta granja.
                Y fue así como mis días gloriosos como jefe del gallinero comenzaron. Fue así como el sueño de que todas las gallinas me obedecieran se cumplió. 

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